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SOMOS CICLISTAS DE VERDAD?
Nos gustan las bicicletas y salir a rodar por el monte. Nos gusta darle a los pedales y sentir que nuestras piernas arden por el esfuerzo y nos gusta el ciclismo en todas su variantes. Pero, ¿realmente somos verdaderos ciclistas?. Al igual que sucede en nuestra vida existen momentos puntuales que marcan un antes y un después en nosotros mismos. El primer amor, nuestra graduación o el nacimiento de un hijo son momentos mágicos que transforman nuestra vida y nos convierten en amantes, personas de provecho o padres.
En el ciclismo también existen pequeños momentos que determinan que ya estamos en el siguiente nivel. A continuación, los 25 momentos mágicos que nos convierten en verdaderos ciclistas:
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Cuando nos damos cuenta que el camino no está en el monte, sino que el monte es el camino.
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Cuando tenemos un cajón en nuestro armario dedicado exclusivamente a guardar nuestro equipamiento ciclista.
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Cuando pasamos la noche sin dormir después de afeitarnos las piernas por primera vez, debido al escozor de la piel rozando con las sábanas.
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Cuando la frase “Gracias por la ruta” se transforma en algo cotidiano de nuestro vocabulario.
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Cuando vemos a alguien con un bronceado de ciclista (brazos y piernas) y le dedicamos un pequeño gesto de reconocimiento.
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Cuando descubrimos que una lata de Coca-Cola es capaz de resucitar a los muertos.
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Cuando iniciamos y terminamos la misma ruta en bicicleta bajo una lluvia torrencial.
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Cuando estamos en una tienda de bicicletas mucho tiempo y nadie espera que compremos algo.
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Cuando el cuentakilómetros de la bicicleta registra cifras de tres dígitos en una misma ruta.
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Cuando montamos en bicicleta por quinto día consecutivo y el culo no nos duele.
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Cuando dejamos de rodar al lado o detrás del grupo de ciclistas y rodamos justo en el interior, sin sentir claustrofobia.
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Cuando somos capaces de lanzar un verdadero cohete de mocos por nuestra nariz con total precisión y sin disminuir el ritmo de la bicicleta.
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Cuando nos damos cuenta de que alguien más también lleva grasa de la cadena sobre la pantorrilla derecha.
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Cuando nos quedamos enganchados en los pedales y sufrimos una caída tonta en cualquier parada.
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Cuando rodamos por una ciudad congestionada y nos sentimos felices de saber que somos los únicos que nos estamos moviendo.
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Cuando nuestro jefe/a nos pregunta acerca de lo que está ocurriendo en el Tour de Francia.
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Cuando reparamos nuestra vieja bicicleta para ayudar a alguien a iniciarse en el ciclismo.
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Cuando cambiamos nuestro primer juego de neumáticos desgastados en la bicicleta.
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Cuando encontramos a un ciclista con problemas y le damos nuestra única cámara de repuesto para las ruedas.
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Cuando conseguimos perdernos realmente por el monte a lomos de nuestra bicicleta, deliberadamente.
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Cuando arrugamos por primera vez el número de nuestro dorsal al final de una competición.
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Cuando admiramos por primera vez un amanecer sobre el sillín de nuestra bicicleta.
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Cuando estamos en mitad de una subida brutal y nos damos cuenta de que ese camino no es correcto y, sin embargo, continuamos el ascenso.
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Cuando compramos la primera bicicleta “seria” a nuestro hijo/a y vemos el brillo de felicidad en sus ojos.
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Cuando sospechamos que esa bicicleta de al lado es robada y, sinceramente, nos duele de verdad.